Hablamos, debatimos, cortejamos, damos consejos, discutimos, escuchamos relatos… Producimos textos. Somos discursos. Leemos el periódico, vemos la televisión, escuchamos la radio, navegamos por internet. Nos construimos desde los discursos. Escuchamos a los políticos, opinamos sobre lo que nos interesa, se publican y se sancionan leyes, enviamos y recibimos mensajes por el teléfono, los medios de comunicación nos invaden… En Facebook, nos comunicamos con personas que no conocemos. Nos forjamos con el discurso. Nos inventan a través de él.
Los fenómenos llamados «giro lingüístico» (a principio del siglo veinte) y el «giro discursivo» (a mediados de la décadas de los setenta del siglo veinte) pusieron a la lengua y al discurso en el centro del debate científico en cuanto a su impacto en la sociedad. Las ciencias sociales concluyeron que la lengua (como estructura y código) y el discurso (como uso y acción social) suponían un componente determinante para la producción y comprensión de todo conocimiento. Y sobre todo, para la comprensión de la acción e interrelación del hombre mismo. De este modo, y ya desde hace bastante tiempo, existe un extendido consenso sobre la presencia decisoria y permanente de los discursos en casi todas las esferas de la vida humana.