Las cooperativas, surgidas en nuestro país en el siglo XX, definieron una tradición en la forma de organización social y económica sustentada en valores democráticos, solidarios y de igualdad entre sus miembros y se constituyeron en las distintas etapas de su historia en una alternativa a las formas de organización económica dominante. Esta función social de las cooperativas se fue profundizando a partir de la década iniciada en 1990 para contrarrestar el proceso de concentración monopólica y exclusión laboral y social que a partir de entonces ha caracterizado la formación capitalista.
Como respuesta a la crisis de rentabilidad, a partir de aquellos años los capitales concentrados desarrollaron un paradigma productivo asociado a una revolución tecnológica que impuso fuertes cambios en la organización de la producción, entre ellos, una descentralización de las grandes unidades productivas en establecimientos de menor tamaño, con mayor flexibilidad de adaptación a los cambios y posibilidades de inserción regional. Paralelamente, el incremento en la productividad del trabajo produjo la expulsión de trabajadores de los grandes conglomerados, centrando las posibilidades de creación significativa de puestos laborales en las unidades productivas de menor tamaño relativo.